lunes, 28 de mayo de 2007

Grandes series que fracasaron estrepitosamente


El otro día un compañero de trabajo, que ya pasa de 40 años, afirmaba que “ya no hacen series como las de antes, ¿eh?”, recordando nostálgico la primera encarnación de Galáctica. A lo que yo le tenía que responder que “afortunadamente no”, ya que es de consenso general que vivimos una época dorada para las series, particularmente, las dramáticas. Al menos, más satisfactoria, con eso de la continuidad: desde pequeñito me daba rabia que en ningún episodio del Equipo A pasara nada de nada. Pero ni de lejos es oro todo lo que reluce, y aún en esta supuesta bonanza, son muchas las series que muerden el polvo con apenas una temporada, dejando compungidos a sus fans. En eso sí que no ha cambiado nada el tema. Audiencias mandan. Por eso amigos vamos a hacer un repaso, por las, en mi opinión, mejores series que no alcanzaron ni una temporada con los típicos 24 episodios y consiguieron audiencias desastrosas.

Algunos la definieron como “El prisionero de los 90" (ver más adelante)”. Yo digo que es la mejor serie sobre conspiraciones que he visto en mi vida. Thomas Veil tuvo la mala suerte de hacer unas fotos en las que “algo” pone muy nervioso a “alguien”. El caso es que “ellos” (esto parece un discurso de un político) tienen el poder de borrarle del mapa. Un día, comiendo, va al baño, y cuando regresa, no existe. Su mujer no le recuerda, sus tarjetas de crédito no funcionan y unos hombres de negro le buscan por todo el país para arrebatarle los negativos. Los niveles de paranoia alcanzan límites insospechados: pueblos enteros cuyos cereberos han sido lavados por la señal de un maléfico canal de televisión, conspiraciones cibernéticas pre-internet, los propios padres de Thomas involucrados en la trama... Ansón debió tomar buena nota de la trama de más de un capítulo.

El show estaba protagonizado por Bruce Greenwood (Trece días), un tipo que además de cara de padrazo, también tiene un aire de “sé algo que tu no sabes” que daba una cierta ambigüedad a un personaje que en realidad no tenía ni idea de lo que sucede. Su mérito está en hacernos sentir de cerca la indefensión y frustración al verse avocado en una situación semejante. El capítulo piloto era sencillamente magistral y el nivel de los guiones era alto. Sin embargo, parece que en las parrillas sólo había sitio para una serie de conspiraciones (la aburrida Expediente X), ya que otras como Los pistoleros solitarios, Dark Skies, American Gothic o esta misma fenecieron tras una única temporada de emisión. En España la pudimos ver un par de veces, siempre a horas intempetivas. Yo vi el primer episodio por la más pura casualidad y ahí que me quedé enganchado como un gilipollas. Fue reeditada, por fin, en DVD a finales del pasado año, y si fuera de los que ven las series varias veces, ya me la habría pillado.

Los 80 fueron años duros para los superhéroes televisivos. Basta con recordar desechos bienintencionados como Automan o Los rebeldes de la ciencia, fracasos absolutos y merecidos. Pero a finales de la década el éxito de la película de Batman de timbarton abrió algunas puertas a los productores Danni Bilson y Paul DeMeo (imaginaos tener ese apellido aquí) para producir su versión del super en forma de teleserie. En su momento fue la mejor serie de superhéroes “en serio”creada, desgraciadamente fracasó totalmente y apenas aguantó una temporada.
John Wesley Shipp no era precisamente parecido al Flash de los cómics, pero era simpático y daba el tipo como Barry Allen, y si bien empezó enfrentándose a matones y mafiosos, terminó luchando supervillanos como el Flash reverso, Trickster, el Capitán Frío o El amo de los Espejos (interpretado nada más y nada menos que por David Cassidy). En su momento, y con Buffy, Héroes o incluso Lois y Clark por llegar, se lloró por su desaparición. Estoy convencido de que la cosa podría haber dado mucho de si en una época donde una buen show de supers hubiera sido bienvenido. Curiosamente en España sí funcionó bien y el protagonista fue invitado al ¿Qué apostamos?, donde contempló aterrado como se le arrimaba la Obregón. Fue allí donde perdió sus poderes, absorvidos por Ramón García, y se retiró a criar a su hijo Dawson Leary.

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